lunes, 7 de marzo de 2011

EDITORIAL REVISTA SANTO Y SEÑA


La vitalidad de la cultura de cada región suele medirse por la cantidad de libros editados, número de asistentes a conciertos o recitales, premios logrados y un largo etcétera. Tal premisa parte de la perspectiva que iguala las manifestaciones artísticas con ese concepto escurridizo y anfibio que es la cultura, cuya salud preocupa a todos. El asunto alcanza ribetes de comedia en labios de profetas de la posmodernidad —sombra protectora para fenómenos hasta ayer irreconciliables—, defensores, por fidelidad a una tradición, de prácticas cuestionables. El debate suscitado por la actuación de un popular cantante vallenato, dinero entregado a un chiquillo, recompensa de su valentía para cantar, y el posterior toque de sus genitales, cumple a la perfección el papel de catalizador de argumentos. La respuesta del juglar costeño al ser interrogado sobre el hecho resume la naturaleza mutable de la idea: Lo hice porque esa es la cultura de mi tierra. Y no miente. Entonces, ¿el término reúne en un solo costal al muralismo mexicano, las compras compulsivas de las niñas chic —cultura de consumo— y las manifestaciones de aprecio de varones caribes?

En vista del océano de visiones tejidas alrededor de una realidad simple —vivida a diario—, pero de pasmosa complejidad —el embrollo es mayúsculo al darle una definición—, contribuimos con el caos al lanzar en esta tribuna una manera de examinar su lozanía. La cultura es, entre muchas cosas, la construcción conjunta de un mundo simbólico habitable. Se traduce a la vida cotidiana, al menos en mentalidades democráticas, en la consolidación de una ciudadanía libre de las ataduras de la ignorancia, la comercialización de la política, las siniestras jugarretas de la corrupción administrativa y la hipnosis de la prosperidad impulsada por el turismo. El nivel de desarrollo de un pueblo es detectado con facilidad por su participación responsable en la vida pública. La palabra, antes que semilla de artistas, es lanza para la defensa de la dignidad humana y comunión con la naturaleza.

Posdata: si bien la metódica aplicación de estrategias comunicativas dirigidas a la transformación del ciudadano en consumidor ha creado los no lugares, sitios destinados para la compra y la exhibición, no es menos cierta la porfiada existencia de espacios reacios a la mercantilización de la vida. En Armenia, para mencionar un ejemplo, las actividades del Centro de Documentación e Investigación Musical de la Hoya del Quindío, han servido de antídoto contra la proliferación de templos de la vacuidad. En dos veladas, nutrido público asistió al lanzamiento de una cartilla infantil de Gonzalo Osorio Toro y, el viernes siguiente, a un recital poético de Alfonso Osorio Carvajal y Óscar Piedrahita G.


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